A estas asturias del blog siento que debo contaros algo que no sabe ninguno de mis amigos, que, por cierto, creo que ya tengo demasiados, y echaré a suertes quién dejará de serlo. A los chinos no, porque seguro que pierdo yo y os quedáis sin mí como amiga y cómo os voy a hacer eso, si soy lo único que tenéis.
Esto que os quiero confesar, he intentado contarlo muchas veces pero en seguida preferían hablar del Cachuli, o de Dinio o de nuevas tecnologías; y me quedaba yo allí, con mi palmo de narices. Así que aquí no voy a tener ese inconveniente y así os podréis enterar todos de que tengo una ‘enfermedad’, o desviación, que me hace ser... metrosexual. Sí, sí, metrosexual... no me miréis con esa cara! Soy una metrosexual de pies a rastas, me ponen todos los del metro (conductor, pasajero, segurata, banco, escaleras, pasamanos (uy, el pasamanos...), tren en sí... TO-DO).
Al principio podía controlarlo, apenas me ponía nerviosa cuando el banco se me acercaba para que me sentara, hacía como si me gustara el banco de enfrente, pero desde que probé la experiencia por primera vez ya no puedo más que pensar en orgías en el metro: una escalera por allí, un tío por allá, un transbordito por aquí... DIOS! ¿Por qué son tan sexys?
Os preguntaréis cómo fue mi primera vez, la tita Piro os la cuenta, morbosillos!: Yo estaba esperando en una estación de metro cualquiera (me ha rogado que no dé datos, que tiene una familia a la que alimentar) y me senté en un banco que hay que ver.. qué banco.. me dijo, con el clásico humor de los bancos:
-Siéntate, guapa, que mira qué tres patas pa un banco tengo.
Joder, cualquiera se hace la dura con esa galantería y ese humor con el que ya me hacía mi ‘cosita’ chiribitas. Así que nada, me senté, me senté y... me dejé llevar (no voy a dar detalles, soy una caballera), tanto me dejé llevar... que cuando quise irme... me había engachado mi botón del pantalón con él... Ese banco sí que me tenía enganchada, y no las drogas.
Estuve así mucho tiempo, dejando que me tocara el culo a su antojo, que aprovechara para hacerme cosquillas porque yo no me podía mover... Hasta que cerraron el metro y un señor de rudas maneras me dijo que no era hora de estarme corriendo ahí, que ya me valía y que dejara la papelera donde estaba (era taaaaaan mona, y me ponía unos ojitos...) y que me fuera.
Así lo hice pero... Fue la mejor experiencia de mi vida, ni cuando me secuestraron como esclava sexual, ni cuando me violó aquel oso de tres metros, ni cuando me metía a mi hámster... Nada podía compararse con aquella experiencia, de tal forma que las veces que he intentado entrar, un impulso mayor me ha obligado a restregarme e introducirme todo lo que pillaba en el metro, así que cuando me sugieren que usemos el metro... cada día me invento una excusa... que si tengo metrofobia, que si un día me empujaron a las vías y ahora tengo una pata de plástico, que si hay rumores de que Farruquito es el nuevo conductor del metro... Todo, para que no me vean babear detrás de todo lo que se mueve y lo que no se mueve del metro. Cualquier comentario de ayuda y comprensión será bienvenido. ¿Y vosotros? ¿Tenéis algún defectillo?
Feliziano a todos.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Jajajajaj!
Qué gran relato erótico!!
me han dado ganas de irma pa el metro! pena aquí no haya, bueno sí hay, pero hace frío.
has dicho que te metías a tu hámster??
no te preocupes, lo de ser metrosexual se cura, pasarás a ser undergroundsexual o algo por el estilo
jue jue
FELIZIANO! NO veo! Por qué???
se me ha juntado un año con otro, qué lío>!
:)
Lo del hamster es otro asunto del que la guarri sabe mucho mas, al fin y al cabo ella me enseño cómo hacerlo
Aaaahhhhyyyyy!!!(lesase suspirando) ¡¡¡Quién fuera vagón de cola!!!
Publicar un comentario